Frivolidad X: la medicina estética
La medicina estética es la higiene facial de los 40. En todos mis círculos sociales que ya han cruzado el umbral de la cuarentena (y en algunos en los que aún no), una de las conversaciones recurrentes es sobre cómo, dónde y por cuánto has logrado paralizar parte de tu musculatura facial.
En menos de cinco años he pasado de temer una aguja tanto como a satanás a conocer los efectos, principios y recomendaciones de la toxina botulínica, la hidroxapatita cálcica y el ácido hialurónico, entre otras sustancias de la alquimia medico estética.
La juventud es el Shangri-La de nuestro tiempo. Porque aunque vayas a festivales, viajes en camper y puedas comentar con los millenials el último trend de Tiktok, tu cara no dice lo mismo, y lo sabes.
Cuando tenía veinte años, en mi grupo de amigas hablábamos de ropa, de restaurantes y de viajes exóticos. La treintena vino acompañada de bebés y su consiguiente know how. Y justo cuando sumas un dígito en la cuenta de las decenas llegan las cuestiones estéticas.
La hidratante de noche ahora es una elección metafísica entre retinol y retinal que ha llenado conversaciones en mi grupo de WhatsApp. La higiene facial y el Indiba ya son solo un aperitivo, cuyo plato fuerte tratamientos láser, plasma rico en plaquetas, electroestimulación, radiofrecuencia.
En realidad no es que no quiera envejecer. Creo que acepto el paso de los años y los surcos que dejan en mi cara, pero, al mismo tiempo, si la cara es el espejo del alma, no quiero que la mía parezca un alma cansada.
Es curioso como uno pasa de ser anti bótox a tener dos citas al año agendas para retoques sutiles. Atrás quedaron las Yola Berrocales, y aún muy lejos el movimiento Kardashian. Irónicamente, todo lo que le pido al retoque estético de cualquier tipo es, precisamente, que parezca natural. Seguir siendo yo, pero menos cansada.
Existe un miedo y una reticencia totalmente lógicos a “envenenar” nuestro cuerpo con este tipo de sustancias. Y yo, a la vez que comparto ese miedo, abrazo los consejos y tratamientos de mi doctora de confianza. Bipolaridad estética, lo llamaría.
Me encanta el concepto de “mejorar sin cambiar” con el que siempre logran convencerme de que es posible madurar como el vino, en lugar de envejecer como el coñac. Está claro que todas nos estamos marchitando, así que si podemos poner una urna hasta que se caiga el último pétalo, yo me apunto.