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CARO DIARIO

Frivolidad IX: El camisón

Nunca he entendido a las chicas que duermen con camisetas viejas, con pantalones de chándal que rozan lo penitenciario, o —peor aún— con esos pijamas de felpa estampados con dibujos de pingüinos enamorados. Lo encuentro desconcertante. Como si hubieran tirado la toalla justo antes de cruzar la línea de meta. Como si hubieran decidido que, total, ya están en casa, ¿para qué seguir haciendo el esfuerzo? Pues para mí, precisamente porque estoy en casa, el esfuerzo es obligatorio. O más bien, el placer.

Hay algo profundamente reparador en vestirse bien para dormir. En convertir el descanso en una ceremonia. Yo necesito un pijama de piel de ángel impecable en invierno, con botones forrados y bien alineados, ni uno más ni uno menos, y una bata larga hasta los pies, como si fuera una señora inglesa que baja a tomar el té en su casa de campo, aunque esté en un piso con vistas al Lidl. 

En verano, cambio al camisón de algodón, siempre liso, siempre sobrio, con caída perfecta y algún lazo satinado o un bordado coqueto y artesanal que me hace sentir como la protagonista de un sueño provenzal.

Me gusta la idea de que nadie me vea y aún así yo sepa que voy impecable. Como una diva retirada. Es esa intimidad con el gusto propio lo que me resulta elegante. No necesito una audiencia: necesito mi propia aprobación mientras apago la luz o desayuno en la cocina con el pelo enmarañado y la bata arrastrando ligeramente por el suelo.

Tengo mis marcas fetiche, claro. Y una nutrida colección heredada de mi madre que está a medio camino entre lo onírico y lo necesario. A veces encuentro joyas en mercadillos vintage o en rebajas sospechosamente buenas de tiendas de toda la vida. Me entusiasma la ropa de dormir con una historia, con un peso, con un tejido que podría sobrevivir a cinco mudanzas y tres rupturas.

Dormir no es un paréntesis del estilo. Es, si acaso, su más alta expresión. Porque en la cama una es más vulnerable, más auténtica, más ella que nunca. No entiendo cómo puede alguien permitirse soñar envuelta en una camiseta promocional de una carrera solidaria del 2014. Me parece un error estético, pero también filosófico.

Y no, no se trata de estar sexy. El camisón no es para seducir, es para dormir bien, para sentirse digna cuando se mete una en la cama con una infusión y una novela de capa caída. Es un símbolo de respeto hacia el momento más íntimo del día. Como hacer la cama por la mañana aunque no vaya a venir nadie. Como cambiar las sábanas con olor a suavizante carísimo. Como encender una vela sin motivo.

Coco Chanel decía que la moda es lo que se ve en público, pero que el estilo es lo que una lleva en privado. Yo no lo habría dicho mejor. Aunque quizá ella no se levantaba a desayunar con la bata arrastrando por el pasillo.